Regresó don Jesús al pueblo tras celebrar los oficios del viernes santo en la parroquia de al lado ya por segunda vez. Le quedaban aún el viacrucis y la procesión con el Cristo en el pueblo de Rafaela y aún más tarde lo mismo en la otra localidad. Rafaela, y de eso se dio cuenta el cura, desapareció a media procesión. Pero era tan imprevisible, tan suya, tan de arrebatos, que a lo más que llegó el párroco fue a pensar que qué era lo que en esa ocasión habría hecho mal para que la buena de Rafaela decidiera ausentarse. En fin, cosas de ella, ya se le pasará.
Fue acabar la procesión y sentase al volante para recorrer sin pausa los ocho kilómetros que le separaban de la próxima celebración. Con lo que no contaba don Jesús era con encontrarse un coche atravesado en el camino que tomaba como atajo para evitar el centro del pueblo. Junto al coche, Rafaela, y sobre el capó un plato con torrijas y un vaso de café con leche bien cargadito de azúcar y hasta con su chorrito de brandy.
¡Rafela! Quita ese coche de ahí que llego tarde. No, don Jesús, no. Tiene una cara que no puede más y hasta me ha parecido que se mareaba un poco en el viacrucis. Usted no puede aguantar sin comer nada. Así que o se toma ahora mismo un par de torrijas y el café o no se mueve de aquí se ponga como se ponga. Que una cosa es el ayuno y otra que ande usted hoy como anda y encima sin poder tomar nada. Dios no se lo tendrá en cuenta, y si lo hiciere, le dice que fue cosa de Rafaela que le hizo un chantaje, que me pida a mí las cuentas.
La verdad es que don Jesús reconoció que no podía más y se zampó las tres torrijas con su vasito de café y el añadido que le levantaron un poco la tensión. Me ha contado un pajarito que mientras daba cuenta del refrigerio, se le deslizaban unas lágrimas por sus ojeras de cansancio. El mismo pajarito afirma que Rafaela le acompañaba con la suyas.
Me hubiera gustado servirle mejor, en casa… pero es viernes santo y quizá muchos no lo hubieran entendido. Mejor aquí, en el camino, sin nadie…
Aquella tarde, sin más testigos que el sobrino de Rafaela, el chófer, se dieron un fuerte abrazo. Que acabe bien el viernes, don Jesús. Dios te lo pague, Rafaela…
¡¡Que gesto tan bonito tuvo la buena de Rafaela!!…Y encima torrijas, con lo ricas que son y en estos días más.
A veces un pequeño gesto tiene más valor, si viene del corazón agradecido que una bandeja de plata de un compromiso forzado.
Que haya muchas Rafaelas anónimas que vayan por la vida dando pequeñas alegrías, que de «pequeñas » no tienen nada.
Amigo Jorge, y que llegues a la Pascua sin agotarte, con alguna torrija que te ayude a tener fuerzas para estar muchas horas en vela.
Un abrazo